LA POSTURA DEL GUERRERO
Las tres posturas del guerrero (Virabhadrasana en sánscrito, vira significa “héroe”, bhadra quiere decir “bueno o feliz” y asana es “postura”) ayudan a mejorar la movilidad de la cadera, activan piernas y glúteos, fortalecen la musculatura del abdomen y la espalda, nos obligan a desarrollar el equilibrio, nos alinean. Hay algo poderoso en ellas, algo de guerrero antiguo se despierta en nosotros al hacerlas, y nos invade cierta fuerza interior. ¿Por qué? La historia de estas tres posturas tiene su origen en la cosmogonía hindú.
Parvati, la diosa de la fertilidad y la fortaleza, la que equilibra el mundo, estaba casada con Shiva, el dios que destruye y renueva el universo, el que quema las cosechas para que nuevos ciclos de vida sean posibles. Su unión era necesaria: ella representa la materia, él el espíritu. La pareja vivía en una de las montañas de los Himalayas, en un estado de meditación activa que los mantenía unidos. Shiva, sin embargo, era dueño de un mal carácter y los padres de su esposa poco lo querían. Un día, el papá de Parvati, el rey Daksha, decide realizar una fiesta, la ceremonia del fuego, y no los invita. Llena de furia, Parvati acude a la ceremonia con la intención de reclamar a su padre semejante ofensa. El coraje es tan grande, que la diosa se incendia a sí misma, y frente a los ojos de los demás invitados queda convertida en cenizas.
La inmolación de Parvati causó un gran disturbio en el universo, y la reacción de Shiva frente a la tragedia fue arrancar de su cabeza una rasta que tira al suelo. Con la fuerza de su enojo, la rasta atravesó la tierra por debajo de las montañas, como si de raíces se tratara, hasta llegar al sitio en que Parvati había desaparecido y Daksha se encontraba estupefacto. El pedazo de cabello surge entonces de la tierra transformado en Virabhadra, un gran guerrero (en representación de Shiva) dispuesto a vengar la muerte de su amor. La postura del Guerrero 1 es el momento en que Virabhadra desenvaina su espada con las manos juntas y la cabeza hacia el cielo. En el Guerrero 2 los brazos se abren y la espada queda hacia atrás a punto de cumplir su objetivo: cortar la cabeza del rey Daksha. Virabhadra tuvo que agacharse para recogerla y colocarla en una estaca, por eso la postura del Guerrero 3 necesita de toda la fuerza y el vuelo (una pierna al aire) de quien se estira buscando algo hacia el frente.
Como en el mundo de los dioses las cosas suceden mágica y apresuradamente, Parvati tuvo que regresar pronto a la vida en otra forma para regañar a su esposo por haber decapitado a su padre. “¡Mira lo que hiciste, Shiva!”, gritó Parvati sabiendo que el dios la escucharía hasta su morada en lo alto de la montaña. El mismo Shiva se apareció entonces en la fiesta, hizo a un lado a Virabhadra, y para corregir el daño no halló otro remedio que sustituir la cabeza del rey por la de una cabra. Agradecido, Daksha organizó una nueva fiesta y adivinen quienes eran esta vez sus invitados de honor.
Desprendidas de esta historia mitológica, las posturas de los guerreros nos exigen hoy la misma energía y actitud de quien defiende algo en lo que cree. Son poses que nos desafían, requieren voluntad y concentración, pero a cambio nos brindan fuerza, estabilidad, confianza en nosotros mismos. Y todos necesitamos un poco de eso en nuestros días.
Pablo d’Ors es sacerdote, escritor y fundador de una red de meditadores llamada “Amigos del desierto”. Su interés por el silencio, la necesidad de encontrar refugio en un mundo lleno de ruido, lo llevó a querer observar con detenimiento las consecuencias de simplemente sentarse a meditar o intentar meditar. Este pequeño libro es el recuento de ese viaje interno lleno de obstáculos, de esas “sentadas” y las consecuencias que poco a poco fueron trayendo a su vida diaria.