LOS SONIDOS DEL SÁNSCRITO

El sánscrito es un idioma milenario que la India considera sagrado. Ya no se usa en la vida de todos los días, es una lengua muerta, pero continúa vigente porque se sigue estudiando, como el latín o el griego antiguo. Es la lengua de la filosofía, de los Vedas y el Ramayana, de los conocimientos astronómicos y matemáticos, de las doctrinas espirituales. El budismo, el hinduismo o el brahmanismo resguardan en ella su sabiduría. También es el idioma universal de la práctica de yoga.


La palabra sánscrito quiere decir “perfectamente hecho”, y se cree que cada nombre pronunciado en esa remota lengua describe una cualidad y vibra con esa cualidad. Sus sonidos son una herramienta del yoga para elevar nuestro estado de conciencia. Si el universo se originó según la tradición hindú a partir de un sonido primordial, el mantra “om”, poco debería sorprendernos que las demás palabras vibren también y, al hacerlo, continúen transformando el mundo.

Por eso, al igual que muchos otros profesores, me gusta nombrar algunas posturas (asanas) en sánscrito. Si digo, por ejemplo, “adhomukhaśvānāsana”, “bālāsana” o “śīrṣāsana”, estoy invocando las posturas del perro boca abajo, el niño o el parado de cabeza: la mente las escucha, pero el cuerpo las entiende. No importa tanto su significado literal, porque accedemos a ellas a través de las sensaciones. Sus nombres en sánscrito, sutil e imperceptiblemente, nos ayudan a profundizar en cada una.   

La constancia logra que sintamos familiares los nombres de múltiples posiciones, y no importa el país en que estemos o el idioma en que sea impartida una clase, siempre podremos confiar en que de alguna manera sabemos cómo acomodarnos cuando escuchamos “bakāsana” (postura del cuervo) o “pārśvakoṇāsana” (postura del ángulo lateral). Cualquier asana: ya sea de pie o equilibro, de extensión y flexión e inversión, de torsión, relajación y meditación, gira alrededor de un lenguaje único que oscila y se mueve al mismo tiempo que nosotros.

“Utkata” quiere decir poderoso, fiero; así que “utkaṭāsana” no es solo la postura de la silla, sino una invitación a estirarnos con fuerza y confianza. “Nataraja” es el nombre del dios Siva, el que baila, y esa danza llena de concentración es la que imitamos cuando nos instalamos con una pierna hacia atrás y en el aire en “naṭarājāsana”.

Y no existe mejor palabra para cerrar una práctica que “namaste”. Si bien la usamos de despedida, quiere decir: “te saludo” o “me inclino ante ti”. Me gusta por su resonancia cuando el esfuerzo físico cesa, y porque nunca somos los mismos al terminar. Es como si volviéramos a encontrarnos con nosotros y aquellos alrededor, es una reverencia interior y salimos de ella nuevos a la calle y lo cotidiano.


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